miércoles, 19 de octubre de 2011

UN POCO DE FICCION AUNQUE NO TANTO



Hace algunos años, cuando ni imaginabamos que el Sindicato tendría este Blog como medio de expresión, tuvimos la oportunidad de leer el artículo que ahora publicamos. Más allá de alguna inexactitud y teniendo en cuenta que el autor juega con un personaje de ficción para su relato, el mismo nos gusta y creemos que merece un lugar en esta página. Despues de todo, diferencias entre los antiguos "bañeros" y los guardavidas de hoy, existen. Aunque el autor se toma algunas licencias propias del escritor, es respetuoso para con nuestra Profesión.










     AYER  y HOY





PERSONAJES DE VERANO
El hombre que nada

Publicado en Revista Ñ por Editorial CLARIN el Domingo | 21.01.2001   

Cuando los guardavidas suplantaron a los bañeros, se perdió el arte de leer el mar. Aquí, un elogio burlón y nostálgico de ese oficio de arenas ardientes.

JUAN SASTURAIN

Una de bañeros? Hay mucho para contar. Pero si quiere aventuras raras con grandes salvatajes y minas en cueros, le conviene mirar la tele. Es lo que les pasa a los pibes, que se creen que esto es Baywatch. Y no. Acá cuanto mucho te pelarás las rodillas en la escollera corriendo detrás de uno que manoteó un bolso o auxiliando a un nabo que pisó un anzuelo. Y en cuanto a lo otro, siempre se liga algo, pero ya no es como hace unos años cuando las minitas comían de la mano. Es que ha habido mucho chanta. Gente que no sabe discriminar.

Y a eso voy: en todo orden de la vida hay que saber discriminar. El bañero sabe que una cosa es una mina de sombrilla —que viene con la lonita, el bronceador y el bolso y se queda un fin de semana en la orilla y se va— y otra cosa la mina de carpa. La mina de carpa es de tiro largo, de mes o de temporada y usted sabe que está el marido o el novio. O que hay pibes. Ahí el bañero tiene que tener un criterio, aunque la mina vaya al frente. Y la puta, si van.

Es que a eso voy: el problema no son las minas sino los bañeros o los que hacen de bañeros pero no tienen el oficio. Porque tampoco alcanza con darse cuenta si es de carpa o de sombrilla. Está la piel. Es una cuestión de piel, como se dice ahora: de lectura de piel. En la temporada, eso dice más que la boca o los ojos. No todas las mujeres son iguales ni es lo mismo una tostada que un pan de leche. Es otra velocidad. Una tostada es la mina que tiene tiempo —para llegar a ese color y seguir tostándose— y un pan de leche viene quemando etapas, capas de piel, horas y experiencias. Una requiere tratamiento lento y la otra es carne de arrebato. Pero para el que no es del oficio todo es lo mismo.

La clave está en que les falta base. Y la base es cuánto mar tiene un bañero. Porque la piel cambia, las mujeres cambian —de una a otra, de una a esa misma a la semana siguiente— pero el bañero tiene que tener una experiencia anterior, primordial, que le permita discriminar: el contacto con el mar. Porque a eso voy: el mar cambia. Y no es cuestión de colores, de grisecitos o verdes que acá no hay o azules tramposos de póster. Ni de olas más o menos altas o de cómo se desparrama la espuma después de pegar contra el murallón. Frente al mar se queman los libros —o se escriben— como decía Cousteau o Vito Dumas, pero hablando de alta mar. Y la playa es otra cosa. Es el mar desde la orilla y hay que saber semblantear, eso que hacían los viejos médicos, que te miraban desde los pies de la cama, primero te pedían que les contaras y después te escuchaban respirar.

Eso es. El mar es como un viejo que está casi siempre dormido. Le gusta que lo escuchen. Si hay viento a favor o a contrapelo del oleaje, lo sentirá quejarse, moverse como un animal con pesadillas o revolcarse satisfecho panza arriba. Nunca es el mismo mar. Y para eso se supone que están las banderitas. Y los bañeros que ponen las banderitas. Aunque no es tan simple. Como lo del médico de cabecera.

A eso iba: el bañero tiene que saber discriminar. Y eso se aprende del mar. Fíjese que por algo el mar no es blanco o negro sino gris. Ni bueno ni malo, ni fácil ni difícil: la playa es un mundo de matices y hay que tener un criterio. La banderita, ese gesto medio pelotudo de poner una banderita de colores cada tanto rato y cada tantos metros de playa es el símbolo del bañero mucho más que el silbato o la plataforma con la silla. Desconfíe del bañero —como del referí o del cana— que toca mucho pito o se la pasa ahí arriba. En general, se sube para que lo vean, porque lo que tiene que ver él está ahí, a ras de la arena, como el técnico de fútbol. Tal vez sea un buen guardavidas, pero no es un bañero.

Es que a eso voy: no es cuestión de cambiar los nombres. Ser guardavidas es menos que ser bañero. Es sólo una parte y quizá no la más importante. El guardavidas se ha convertido en una mezcla de policía y bombero o socorrista (palabra espantosa) especializado. El error está en poner el acento en lo más aparatoso de la profesión, el salvataje. Y en creer que todo se arregla con cursos. El guardavidas viene con diploma, sabe primeros auxilios y todo eso. Tiene una profesión, pero no sé si hay una vocación. Le falta arena, le falta lectura del mar. Y eso son años, no cursos.

Y volvemos a lo mismo: poner la banderita y hacer facha mientras miran el reloj para ver cuándo se acaba el turno. Eso es lo que se ve hoy. Claro que está el otro extremo y como pasa con todo lo que se toma en serio, se te puede ir la vida en esto. Y hubo bañeros absolutos, no sé si me entiende, tipos que hicieron de la profesión una manera de ser. Ahí está el caso del tordo Noriega —tordo de tordillo, de canoso, no de médico ni boga— o, como le quedó después: el Dudoso Noriega, lo que se dice un bañero. El Dudoso tiene el récord de haber sacado trece tipos él solo un sábado de carnaval en el 58. Así que si se trata de chapa de guardavidas, no hay con qué darle. Aunque su aporte a la profesión no fue ése. Noriega estuvo 30 años en la Popular en la época de Gancia, cuando los murallones eran cortos y todo era más abierto, sin lanchas ni helicópteros. Y la Popular no era Playa Grande, donde no sólo hay o había guita sino una cultura de mar. Quiero decir: a la Popular le viene más gente que no conoce el mar, que se mete por primera vez y no sabe, o sabe de río cuanto mucho. Con esa gente y con este mar lidió el Dudoso hasta el final.

A lo que iba: Noriega no tenía diploma de guardavidas, se hizo. Era de un poco más allá de Miramar, cerca de Mar del Sur, criado en un campo que llegaba a la playa. Y los paisanos no se meten mucho en el mar ni con el mar pero lo miran, lo oyen, lo conocen y lo respetan. Noriega decía que de pibe durante años sólo se metió a caballo y se hizo nadador solo, a lo bruto, sin estilo —braceaba con la cabeza afuera— pero con una experiencia bárbara: el mar abierto, sin referencias. Así, cuando llegó acá lo único que le resultaba familiar era el mar. Y se quedó en la orilla y se hizo bañero más por timidez que por otra cosa. Vivía en la misma casilla de la playa. No le gustaba tomar sol y siempre tuvo la marca de la camiseta en la piel. Pero lo primero y lo que siempre lo impresionó fueron las banderitas. Le daban risa.

A lo que iba: a Noriega le parecía ridículo intentar resumir en cuatro banderas las infinitas posibilidades del mar. Sobre todo lo de dudoso: "¿Dudoso quién? ¿El mar? Ni por puta. El mar no duda. Uno, sí". Pero él era el que menos dudaba. Como todo tímido tenía su costado soberbio y le gustaba probar a los otros. A los que se quedaban con él de noche los invitaba "a escuchar el mar". A poner la bandera a ciegas, de oído. Y decía que el que no sabe oír el mar no debería tocarlo. Exageraba, pero algo de eso había: alguien que podía discriminar media docena de tipos de mar dudoso —corto, bajo, oludo, separado, media plancha y media pica— sabía de qué se trataba. Y después de verlo semblantear el mar y dictaminar ("Viene dudoso oludo pero hacia la medianoche se va poner media pica"), era creer o reventar.

A eso voy: era necesario saber leer el mar. Es cierto que ya entonces las escolleras estaban ahí. Pero menos. Y ahora los espigones segmentan lo que el mar propone, lo dividen en pedacitos, hacen una especie de análisis sintáctico de la palabra mar, de las olas contra la playa o las rocas. Pero si las escolleras mienten, el bañero tiene que traducir. El buen bañero traduce mirando más allá de la punta, no le cree a la escollera, manipuladora de olas. El problema es que casi ya no hay bañeros. Los bañeros se acabaron con los bañistas. Ahora se habla de guardavidas y turistas, pero es un vínculo más acotado y funcional. Un guardavidas se forma con un curso, puede ser un trabajo ocasional e incluso volverse profesión regular, trabajar de guardavidas. Un bañero se hace de una vez y para siempre: es bañero. Más allá de que deje de pisar la arena se moverá por el mundo con el código de las banderitas.

El bañero de antes no se bañaba. No entraba al agua. Para poder entrar al agua hay que estar afuera. Es como los técnicos de fútbol. Mirar el partido desde el piso o desde lo alto de la tribuna. La temperatuara del agua. El guardavidas se ocupa del mar en la playa, no de la playa ni del mar. Del cruce. Diagnósticos, corrientes y temperaturas. Y hay diferencia. Es como correr en una pista o correr cross country.


Juan Sasturain, periodista y escritor.  



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