JUEGOS OLÍMPICOS
Culto al cuerpo, consignas mundialistas, un impiadoso naturalismo deshumanizante y ningún espacio para el pensamiento humano.
Esta semana arrancaron los no sé cuantos Juegos Olímpicos de la era moderna a semejanza de los juegos que se celebraban en la Grecia clásica en honor de Zeus, el “padre” de los dioses paganos del Olimpo. Pero aquellos juegos tenían un significado distinto, completamente anclado en valores que hacian a una cosmovisión mucho más profunda que la actual. Ahora no tienen otro sentido que la exaltación del esfuerzo físico, el culto al cuerpo, como si las personas fueran caballos de carreras, de saltos, de tiro o de carga.
Los adoradores, vividores o propagandistas de estos “eventos”, empezando por los mandamases de las naciones, nos hablan y exaltan las virtudes del olimpismo, del espíritu de superación de los participantes, de su esfuerzo con frecuencia sobrehumano, de su dedicación y entrega total a este deporte multifacético elevado a la categoría de religión del cuerpo. Una religión con mucho músculo pero sin alma, una especie de culto o religión que pretende ser neutra, incolora, inodora e insípida, meramente material e inmanente. Un completo descuido de esa otra parte que indudablemente completa a los seres humanos y que parece ser olvidada adrede y sistemáticamente.
La religión olímpica también dice ser ajena a las corrientes políticas e ideológicas, sin embargo fomenta hasta el paroxismo de las masas el nacionalismo de cada lugar, el minifundio nacionalista más extremo, como se vio en el desfile inaugural por naciones, como si el nacionalismo, todos los nacionalismos, no tuvieran un origen político o ideológico. Como si los nacionalismos –o sus equivalentes históricos- no fueran la causa de las grandes y pequeñas guerras que ha padecido la Humanidad a los largo de la Historia. De todos modos debe reconocerse que, pese a todo, es mucho mejor que los países diriman sus diferencias en un campo de césped con unos cuantos muchachotes, o muchachitas, corriendo en paños menores tras una pelotita, que en el campo de batalla, que acaba alfombrado de cadáveres.
Pero lo dicho hasta aquí no cierra el análisis, ni mucho menos, dado que el olimpismo se basa, no sólo en la veneración de las facultades físicas de los atletas, sobre todo de los triunfadores, elevados a la condición de semi dioses populares, sino en el espíritu de competición más extremo, de lucha sin tregua frente a los rivales, como los gladiadores del antiguo circo romano, cuyas hazañas hacían rugir a las masas en las gradas. En esta clase de juegos, ahora por supuesto sin sangre, no hay atisbos de cooperación (más allá de la necesaria entre los componentes de un mismo equipo) ni una sola prueba orientada a fomentar esta virtud, ni la fraternidad humana. Pero lo más preocupante es que en nada procuran estimular el crecimiento intelectual de las personas –participantes y público- o los sentimientos espirituales. Tal vez no sea el medio adecuado para ello, pero no está de más señalarlo para situar al olimpismo en su justo lugar, y no elevarlo por encima de su real dimensión, para evitar en la medida de lo posible, o al menos alertar, respecto de ese "endiosamiento" que se pretende imponer.
En la Grecia clásica esos juegos empezaron a celebrarse hacia el 776 antes de Cristo en honor el dios Zeus Olímpico y se mantuvieron hasta el 393 de nuestra era, en que el emperador romano Teodosio las prohibió porque se dedicaban a un dios pagano. A finales del siglo XIX, el barón francés Pierre de Coubertin, los fundó de nuevo, con un espíritu claramente pedestre y totalmente laicista, olvidando que las olimpiadas de la antigüedad clásica tenían un fundamento netamente religioso.
La ideología omnimodamente preponderante, la que gobierna impuesta a todo el mundo desde los centro de desición del Poder Mundial de la Elite que nos gobierna, es esa que venimos analizando y ¿por que no? denunciando. Cabalmente sabemos que a muy pocos les interesará este análisis distinto y que no canta las glorias del olimpismo ni el culto al cuerpo ni se asocia a esa euforia "deportivista" que se asombra, predica, infunde en la sociedad y se goza de tanto alarde lúdico-muscular pero de escaso o nulo cerebro. No importa. Nos interesa decir que allí donde domina esta ideología, no hay espacio para nada más. No hay lugar para el pensamiento y por tanto va en desmedro de la más importante e imprescindible de las funciones humanas: la de pensar.
Y ya se sabe que tan fácil resulta dominar y domesticar a las sociedades que no piensan. Con tanto despliegue tecnológico (ceremonía inaugural de los juegos) y tanta superación deportiva (los record´s son casi continuamente despedazados) frente tanta "competitividad" desencadenada y llevada al grado del paroxismo, los Juegos Olímpicos son uno más de los tantos instrumentos con que cuenta la Elite del poder mundialista para someter aun más a nuestras sociedades.
¿VALORES, o ANTIVALORES?
Supuestamente el "olimpismo" promueve valores.
Si por un momento logramos despertar de esa suerte de hipnosis que se genera alrededor de los Juegos y que se construye a través de los medios de comunicación masivos, siervos de la ideología imperante, nos encontraremos con que, por otra parte, hace mucho que este mastodóntico negocio no es ningún juego: sobornos a miembros del COI para las designaciones, grandes partidas económicas que se destinan al beneficio de unos pocos, derechos televisivos, macroconstrucciones con su secuela muchas veces denunciada de corrupción y un largo etcetera... en definitiva, los valores del deporte han desaparecido hace mucho tiempo.
Porque además, de limpios no tienen nada. Medallistas desposeidos por doping, expulsados por comentarios racistas en twitter, pataletas de niñas mimadas que critican a sus federaciones por no conseguirles entradas, absurdas polémicas, comilonas de dirigentes federativos, desmadre sexual en la Villa Olímpica... no parece que este evento sea un modelo en ningún sentido ni aspecto y por lo tanto, no se ve como podría transmitir ningún tipo de valor.
Por último: el movimiento olímpico también quiere hacernos creer que, con los juegos olímpicos se fomenta la paz universal y la fraternidad ente los pueblos, dos conceptos muy socorridos y divulgados por la elite en el poder, pero que se sepa, nunca unas olimpiadas impidieron ninguna guerra, al menos en los tiempos modernos. Al contrario, exacerbaron los sentimientos nacionalistas más extremos que, en algunos casos, colaboraron al estallido de los grandes conflictos armados del siglo XX. Repase el lector, si le apetece, la lista de los juegos olímpicos modernos, para cerciorarse de ello.