Enfrentamiento de Comandos.
“Una llamarada heroica”
“Cuando combatíamos contra unidades de conscriptos el asunto era relativamente fácil, pero cuando combatíamos contra soldados profesionales el asunto era difícil, y nos causaron serios problemas”
General Moore (Jefe británico).
Los múltiples intentos de “desmalvinización” de la conciencia argentina, han logrado sepultar la historia de un grupo de soldados que con gallardía y movidos por el amor a la patria llevaron acabo en el que fuera el último choque bélico de una guerra comenzada hace ya casi dos siglos. Ésta es la historia de una de las batallas libradas por las Compañías de Comando 601 y 602, tema poco trillado - por no decir ignorado – por el periodismo argentino, las cuales salían por propia voluntad a enfrentarse con el experimentado ejército británico.
Los Comandos son pequeños grupos de choque, destinados a hacer incursiones ofensivas en terreno enemigo. Están integrados por soldados profesionales con la tal aptitud. Tanto el ejército argentino como el del Reino Unido contaban con estas tropas especiales, dirigidos por soldados de suma experiencia.
La Compañía de Comandos 601 se encontraba en las islas Malvinas prácticamente desde la iniciación del conflicto; en tanto que la 602, arribó más tarde al archipiélago. Al mando de estas verdaderas tropas de élite, estaban el Mayor Mario Castagneto y el Mayor Aldo Rico, respectivamente de la 601 y 602.
En la madrugada del martes 8 de junio de 1982, se alistó toda la Compañía 602 – a esta altura de los acontecimientos las compañías operaban en conjunto -, contando con treinta hombres aptos para desempeñar el ataque. Coligada con el Tte. Cnel. Soria, jefe del Regimiento de Infantería 4, la Compañía se dispersó inteligentemente delante de las posiciones del Regimiento 4 (Monte “Two Sisters”), para así montar una emboscada.
Casualmente, esa misma noche, los Comandos británicos, ubicados en el Monte Harriet, decidieron infiltrarse en las líneas de defensa; pero al escuchar ruido de combate en esa zona, volvieron por donde estaban ubicados los Comandos argentinos.
El Sargento Mario Cisnero se hallaba como apuntador de una ametralladora, asistido por el teniente primero Guglielmone, bajo las órdenes del capitán Tomás Fernández. El “Perro” Cisnero era un suboficial catamarqueño nacido en una familia criolla y numerosa. Conocido por todos sus compañeros por su espíritu solidario, su profesionalismo y valentía; fue instructor de comandos (allí se ganó su apodo) y muchos de los que se hallaban combatiendo a su lado, habían sido sus cursantes. Haciendo el curso de paracaidista saltaba como todos a unos 2.000 metros de altura, sólo que sus compañeros habrían el paracaídas a unos 700 metros y era ahí cuando en la inmensidad del cielo veían pasar un “cohete humano”; era el “Perro” que recién lo abría a los 300…Esta breve anécdota, ilustra de qué estaban hechos nuestros Comandos, de los que Cisnero fue un paradigma.
Aquella noche del 8, Cisnero visualizó una columna enemiga, y rápidamente preguntó a su sargento: “¿Les abro fuego?, y éste contestó: “No, no abra fuego.”, considerando que a la distancia que se encontraban – 700 u 800 metros – no era rentable dispararles. Tiempo después el mayor Rico decidió replegarse y actuar al día siguiente. Estaba ubicada la posición.
Para la nueva incursión, se programó una nueva estrategia de ataque, esta vez la Compañía 602 contaría con el apoyo de artillería y una docena de hombres del cuerpo de Gendarmería. El teniente primero Enrique Stel actuó de intermediario con los Comandos y el Grupo 3.
Alrededor de las 9 de la noche el grupo de Comandos llegó a posición, y se montó la emboscada. Todo ocurriría en el mismo lugar que el día anterior. Pero la estrategia de ataque fue la siguiente. Abajo del Monte, un escalón de apoyo con una ametralladora, compuesto por el sargento Mario “Perro” Cisnero como apuntador y el teniente primero Vizoso; más arriba el mayor Rico acompañado por el capitán Ferrer, cerca de ellos, bajando a la derecha, otra ametralladora manejada por el teniente primero Enrique Rivas y servida por el sargento Miguel Franco. El escalón de asalto estaba dividido en dos fracciones, situadas en el bajo a ambos costados: el capitán Tomás Fernández con su sección a la derecha, y el segundo comandante Santo con los gendarmes y otra ametralladora a la izquierda. El capitán médico Ranieri, armado también, fue situado detrás y arriba de Rico. Finalmente, 150 metros más elevado se hallaba el escalón de protección y recibimiento a órdenes del capitán Villarruel.
En la silenciosa vigilia, los soldados argentinos observaban sus sectores con los visores nocturnos de doscientos metros de alcance. Alrededor de las dos de la mañana, el sargento Vizoso divisó una columna de enemigos que se acercaba cautelosamente por la derecha hasta pasar por delante de él. Rápidamente avisó a Rico y éste contestó: “¿Y por qué no les disparaste?”, y Vizoso perplejo ante la reacción de su mayor dijo: “Pensé que no debía, para que viniera más gente.” Sorpresivamente el silencio fue irrumpido por una explosión. Los ingleses tomaron la ofensiva, y sorprendieron a quienes pensaban emboscarlos.
Cuatro ingleses se acercaron rápidamente hacia la posición del “Perro” y de Vizoso, y rompieron fuego con un lanzacohetes. La granada reventó contra el cuerpo de Cisnero, matándolo en el acto, y arrojando al teniente primero Vizoso unos metros hacia delante con cinco heridas en la cabeza producidas por las esquirlas. Como un acto reflejo el teniente primero tomó la MAG, pero estaba inutilizada. Al mismo tiempo se acercó un grupo de ingleses para rematar a los Comandos, pero el soldado argentino se hizo el muerto; los británicos se percataron de sus movimientos y soltaron sendas ráfagas contra ambos cuerpos caídos.
Milagrosamente Vizoso se salvó, ya que el soldado que intentó rematarlo le disparó con su fusil en automático a muy corta distancia, y el retroceso del arma tornó impreciso el fuego. Solo una bala logró penetrar en el cuerpo de nuestro héroe: por el hombro derecho, recorriendo toda la espalda y desgarrando la carne.
Los enemigos creyeron muerto a Vizoso y se retiraron. Pero en un acto de valentía, el teniente primero Vizoso alcanzó su fusil y soltó una ráfaga de fuego contra los soldados enemigos, vaciando un cargador entero. Vizoso, al ver desplomarse la fila de los ingleses, creyó que estaban cuerpo a tierra, cambió el cargador y volvió a liberar una ráfaga de fuego; posiblemente los soldados británicos hayan muerto en el acto. Al terminar el segundo cargador, sintió una fuerte molestia en su cabeza y al tocarse se percató de que estaba mal herido: “Estoy hecho un colador”. El oficial no podía entender cómo hacía para mantenerse en pie. Esto tiene una explicación, al ser la bala trazante, luminosa, con un compuesto de fósforo, cauterizó la carne impidiendo la hemorragia.
El combate crecía segundo a segundo. La intensidad del fuego inglés era tremenda, nuestros soldados se mantenían firmes en sus posiciones alentados por la fe religiosa y patriótica.
En medio de la noche fría y húmeda, ambos grupos de Comando libraron un cruento combate, que considerando lo mencionado en líneas anteriores sobre el accionar de ésta especialidad, sólo en una isla puede darse un choque de este tipo. En la conmoción imperante el mayor Rico ordenó al teniente primero Rivas que se pusiera a la par de él, ya que la posición del “Perro” y Vizoso había sido perdida. Al haber una falta de interpretación, la sección de Gendarmería se desplazó muy hacia atrás, y al hacerlo recibió fuego directo de unas “bazookas” inglesas provocando la muerte del sargento primero Acosta e hiriendo a otro oficial.
Al tiempo que desde el Monte Kant la artillería británica de campaña comenzó a tirar contra las huestes argentinas, el jefe del S.A.S dio la orden de retirada.
Rico, por precaución, ordenó que su Compañía se repliegue, empero, nuestros soldados cegados por el furor del combate y la ira de haber perdido a dos compañeros, quisieron rescatar el cuerpo de Cisnero; Rico denegó tal intención, a lo que el teniente primero Lauria contestó: “¡Mi mayor, cómo vamos a replegarnos!, ¡Los hemos molido a patadas a los ingleses! ¡Hay que hacer una persecución y aniquilarlos!”.
El mayor Rico enfurecido puso en su lugar a Lauria haciéndole ver lo temerario de su idea, dado que los ingleses se retiraban batiendo toda la zona bajo un intenso fuego de artillería. Como “castigo” le ordenó que se haga cargo de la retirada en ese sector. El retroceso fue cubierto por Rico, y los capitanes Ferrero, Fernández Funes y Ranieri, el último de los cuales lanzó el desafiante lema: ¡Dios y Patria o muerte!
Rico ordenó que la fuerza británica sea perseguida por la artillería, y así lo fue por 400 metros. Al no oírse más de ella; el mayor Rico se replegó con su Compañía hacia donde lo esperaba el capitán Villarruel.
El regreso a Puerto Argentino fue muy silencioso, cada uno meditaba lo sucedido minutos atrás. El cansancio se iba apoderando de ellos, ya que al relajarse las tensiones se desvanecían y se daba lugar al desgaste. Nuestro muy dolido Vizoso meditaba más que ninguno sobre la pérdida de su compañero de posición Cisnero, quién tan valientemente se había desempeñado en éste y otros combates, donde se destacaba por sus vastos conocimientos en operaciones de Comando y por el coraje con que manifestaba su amor a la Patria.
Vizoso fue intervenido quirúrgicamente y obligado a volver al continente. Así lo hizo la noche del 13 de junio, cuando el aeropuerto fue bombardeado, en el último avión que logró salir de Puerto Argentino.
Los Comandos argentinos registraron 4 bajas, entre muertos y heridos. Entre ellos el muy querido “Perro” Cisnero. En su cuaderno de notas se encontró lo siguiente: “¡No sé rendirme, después de muerto hablaremos! Señor te pido que mi cuerpo sepa morir con la sonrisa en los labios, ¡como murieron tus mártires!...Quiero ser el soldado más valiente de mi Ejército, el argentino más amante de mi Patria. Perdóname este orgullo, Señor”. Todos quisieron ir a rescatar su cuerpo. No pudieron. Hoy su tumba no está identificada.
En tanto, las bajas del S.A.S registraron, según la B.B.C, 33 bajas, comprendiendo también muertos y heridos. Pero tenemos también el testimonio de Andrés Ferrero, que cuando fue apresado en Saint Edmond escuchó a un inglés narrando el sangriento choque de Comandos, donde relataba que los ingleses tuvieron 18 muertos en el acto, y otras como consecuencia de las heridas. Y agregaba que había sido un combate encarnizadísimo y que pensaron que se habían enfrentado con un Regimiento completo de nuestra línea.
Es nuestro compromiso como argentinos rendir honor a éstos, quienes fueron fieles pilares de nuestra independencia y quienes supieron mantenerse a la altura de los acontecimientos en momentos tan difíciles.
Desde éstas humildes líneas rindo homenaje a los caídos y a sus familias, y hago mías las palabras del oficial Ranieri: “¡Dios y Patria o muerte!”
Por Matías Pascual
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